En la época actual de la globalización, la traducción sensible aporta el lado humano y cercano.

 

Como ya he comentado en otra entrada, traducir es mucho más que transponer un texto de un idioma a otro. No todo el mundo que sabe idiomas está capacitado para traducir. Podría dar múltiples razones para ello, pero ese no es el objetivo de esta publicación. Lo que sí me gustaría analizar es qué aporta una traducción profesional, experimentada y humana, a diferencia de una traducción no ya solo automática, sino además inexperta o no cualificada. Podríamos hablar de traducción sensible frente a traducción deshumanizada.

Para plasmar un texto en otro idioma, primero hay que entender la idea original, extraer sus matices, para luego darles vida y sentido en la lengua de destino. En eso consiste la traducción humana y sensible, entendida como la realizada por personas que con el paso de los años y a base de práctica, experiencia y reciclaje continuo se forjan como traductores y traductoras profesionales.

Cuando uno acaba sus estudios académicos y especializados en traducción (estudios que, por otra parte, considero fundamentales), ha dado un paso importantísimo en el inicio de su carrera profesional. Dispondrá de amplios conocimientos en torno a la figura del traductor y de la actividad traductológica; sin embargo, deberá consolidarse en el ejercicio y la práctica.

La adquisición de una especialización es tan pertinente como recomendable. Uno comienza traduciendo cualquier documento que llega a sus manos y con el paso del tiempo va adquiriendo una preparación y especialización en diversas temáticas afines a sus intereses y destrezas. Abre su camino por esa línea. Personalmente creo que la especialización, la profundización en una temática hasta alcanzar el nivel de experto, es fundamental.

La fluidez, la soltura, la agilidad mental y destreza narrativa son habilidades que requieren práctica. La experiencia y el reciclaje constante contribuyen, por otra parte, a aprovechar el máximo potencial de tus conocimientos y competencias.

Los que nos dedicamos a esta profesión, reconocemos (y también sufrimos) la cara solitaria de esta actividad, como la de cualquier escritor. El traductor, su mente y su alto nivel de concentración. Establecer una relación directa, cercana y humana con quienes nos encargan (y en el mejor de los casos, también con el destinatario o cliente final) una tarea lingüística (sea traducción, revisión, corrección o localización) me parece esencial y, por qué no decirlo, un valor poco explotado en nuestro sector.

Fomentar el diálogo, intercambiar ideas, aclarar dudas, formular propuestas, relacionar conceptos, establecer estrategias, delimitar los objetivos… todo ello nos permitirá conocer a nuestro cliente y, solo así, podremos ofrecerle lo mejor de nuestro trabajo, con una perspectiva humanizada, reflexionada y meditada. Sensibilidad frente a desconexión. Una desconexión que va ligada al proceso solitario y desprovisto de feedback, donde la ausencia de directrices o pautas convierten el proceso en un ejercicio desvinculado.

Me gustaría seguir profundizando en esta reflexión y aportar otras opiniones, pero eso será más adelante…